Los jugadores de un popular deporte en el barrio quiteño de La Comuna vuelven a las canchas tras un deslave que devastó su comunidad
Quito | 10 de mayo de 2022
Para los miembros de la Asociación de Ecuavoley de La Comuna, su deporte es el centro neurálgico del barrio. “Es unión, diversión. Venimos a olvidarnos de nuestras rutinas. Somos familia”, explica Paúl Encalada, presidente del grupo, que en enero de este año vivió lo que califica como un “trauma”. La cancha en la que jugaban fue arrastrada calle abajo por un deslave en el norte de Quito. El desastre se cobró la vida de 28 personas y devastó edificios, vehículos y todo lo que encontró a su paso por tres kilómetros. Ahora, los equipos del colectivo han hecho frente a la tragedia de la única forma que saben: volviendo al campo.
El ecuavoley es un deporte inventado en Ecuador. Se trata de una adaptación del voleibol, con tres jugadores y extremadamente popular en el país sudamericano, superada solo por el fútbol. Nació con un espíritu callejero que se ha mantenido. La Federación de Ligas Barriales establece sus reglas. Se juega con posiciones bien definidas: el boleador, que cubre toda el área trasera, el servidor y el colocador, quien clava la pelota —se usan balones de fútbol— en la cancha de la otra escuadra. Para esto debe saltar una red de 2,8 metros de alto, en un campo de 9 por 18.
Los partidos se dividen en segmentos que duran hasta que se declare un ganador, con 15 puntos y dos de diferencia (15-13 o 16-14, y sucesivamente), según se explica en uno de los reglamentos de la Federación. El vencedor es el que supera por dos sets al oponente. “Juego, me desestreso y libero adrenalina”, cuenta Paola Oviedo, deportista de 37 años.
De los 28 fallecidos en un aluvión, 23 eran jugadores de la Asociación de Ecuavoley de La Comuna
Asociaciones como la de Encalada constituyen la clave del crecimiento y preservación del deporte. La suya tiene cerca de 100 socios y 20 años de trabajo, pese a que no está constituida legalmente. Organiza agasajos en las fiestas, apoya el desarrollo del barrio y mantiene el orden, según explica su presidente, también de 37 años. Se encarga de que las canchas estén limpias y los baños en condiciones, de que se cumpla el reglamento y garantiza la organización de los partidos. Una tarea que se volvió especialmente importante tras la tragedia del pasado enero.
Era una tarde cualquiera en la cancha, cuando la lluvia —que nunca pararía un encuentro— se convirtió en un tsunami de lodo del que pocos pudieron escapar. De los 28 fallecidos en el aluvión, que se llevó por delante una avenida residencial, 23 eran jugadores de la Asociación de Ecuavoley de La Comuna. Este barrio, encajado en las laderas del volcán Pichincha, al noroeste de la capital, fue el más afectado por el desprendimiento. “La mayoría de los que estamos aquí hoy estábamos también ese día”, cuenta el dirigente. Perdieron compañeros, familiares, amigos y la cancha que durante casi dos décadas había sido el centro de esas relaciones. Unas semanas después, la asociación decidió volver a jugar. “Nos pedían que retomáramos, esto es muy importante para la gente. Ya era hora”, relata.
Las heridas en la cancha
Desde febrero, compiten de lunes a viernes a partir de las 4 de la tarde y hasta que acaben los partidos. “Volver a jugar después del aluvión fue duro. Todavía hay traumas”, cuenta Encalada, con una ligera risa nerviosa. “Cuando llueve duro, a algunos nos da susto. Siempre estamos volteando a ver [hacia el volcán]”.
Mientras el presidente confiesa sus temores, el ambiente en la cancha del barrio de Las Casas —vecino al suyo y donde practican desde la tragedia—, se vuelve cada vez más festivo. Entre gritos, las bromas con un particular sentido del humor, al que llaman “sal quiteña”, vienen a reemplazar a los cánticos de la afición. Se venden alimentos, se fraguan apuestas y un grupo de ancianos se dedica al Rumi (juego de mesa), pero los recuerdos del deslave regresan por momentos para dar pausas cortas a las sonrisas.
Eso es lo que le sucede a Paola Oviedo cuando recuerda el desastre. “Lo ves como una película de terror, hasta darte cuenta de que sí te está pasando”, explica sin quitar los ojos del partido. Solo desvía la mirada cuando recuerda que su hija, de 11 años, estaba también en el campo aquel día. “Aún no se recupera”, lamenta, pese a la asistencia psicológica. La madre regresó y asiste cada vez que puede. Se dedica al ecuavoley desde hace una década; asegura que empezó por una cuestión familiar y del barrio pese a que antes prefería el fútbol. “Exige mucho, compartes con mucha gente, te olvidas del trabajo o problemas en la casa. Es un deporte muy bonito”, describe.
A su lado, su hermana Carla, de 33 años, coincide en que la actividad está cargada de emoción: “Te genera mucha adrenalina, es lo que me fascina de esto. Son momentos instantáneos en los que tienes que entregar todo. No es como en el fútbol, sino que todo es inmediato”, destaca. Mientras hablan, miran el partido entre uno de los mejores equipos de su asociación y el de otro barrio que vino “a medirse”. Los gritos las interrumpen. Alguien ha anotado. “Ay, ay, aaay, ¿dónde estará tu taita [palabra en quichua para padre]?”, se escucha entre la audiencia. Ambas ríen.
“Exige mucho, compartes con mucha gente, te olvidas del trabajo o problemas en la casa. Es un deporte muy bonito”
Paola Oviedo, jugadora de ecuavoley
La menor de las hermanas Oviedo, Carla, se inició en el ecuavoley hace seis años. Ahora han formado un equipo juntas y juegan regularmente. Todos a su alrededor coinciden en que es una muestra del aumento de la participación de mujeres en esa actividad que hasta hace poco mantenía una naturaleza machista, que aún se percibe. “Muchas veces se generaliza, como que solo fuera para hombres, y en las mujeres ha crecido muchísimo en todo el país. Para mí es algo muy bueno porque es un deporte que te exige mucho y nosotras podemos ser iguales o mejores que ellos”, añade Paola.
Un deporte desestructurado
El ambiente en las escaleras de la audiencia sigue animado. Las palabras de las hermanas se interrumpen con el grito de “bola”, con el que los jugadores advierten de que lanzarán un saque o batida, y el aire se hace un poco más ligero con el regreso de las risas. Encalada sintetiza la dinámica: “Hacemos bromas entre todos, otros juegan, apuestan. Es importante para mucha gente juntarse”.
Un jugador de un deporte casi sin estructura profesional está condenado al amateurismo, pero quienes conquistan las canchas del ecuavoley en parques y barrios han encontrado una forma de dedicarse casi exclusivamente a esto: las apuestas. “Normalmente, se ponen de acuerdo entre ellos y deciden cuánto se pone por cabeza”, explica Encalada, y añade: “nunca es menos de 15 dólares, si no, no compensa”. El equipo ganador se lleva todo el botín y lo reparte entre los tres integrantes equitativamente. “En los juegos más avanzados se llega a dejar hasta 2.000 por persona”, asegura el presidente de la asociación. Aunque en su cancha eso no sucede, enfatiza.
Encalada defiende su actividad hasta el final: “Es valioso porque hacemos barrio. Pasamos bien, nos divertimos y, de paso, practicamos deporte”. Ahora lo único que buscan es garantizar el futuro del deporte en sus calles y recuperar los beneficios que tenían: “Queremos constituirnos jurídicamente y que se nos conceda el permiso de uso de nuestro campo antiguo para volver a montar la cubierta que teníamos ahí. Aquí en la de Las Casas llueve y se nos acaba el deporte”. El ecuavoley espera volver a la cancha donde cuelgan las pancartas de homenaje a sus compañeros fallecidos.