La alumna de 13 años se convertirá en una de las estudiantes universitarias más jóvenes del país sudamericano, tras demostrar sus altas capacidades y saltarse varios años de educación primaria
Quito | 2 de abril de 2022
Cuando Emily Ulloa empezó a avanzar más rápido que sus compañeros aparecieron los problemas. La convirtieron en tutora y se aburría. Decía que no aprendían, así que se los llevaba a jugar. Su madre, Juliana López, lo cuenta entre risas: “Tenía una llamada de la Sor de básica (educación primaria) y me decía ‘se llevó a todos los niños’. Entonces venían las boletas disciplinarias, los comunicados, las preguntas de ‘¿ya se acabó el libro?”. Para poder recordarlo como una anécdota graciosa, ella y su hija atravesaron varios obstáculos, hasta que finalmente se reconocieron sus altas capacidades y se le permitió saltar cursos. Hoy, con 13 años, Ulloa es una de las estudiantes universitarias más jóvenes de Ecuador, ha ganado varios concursos de robótica, dado una charla en TEDx y varias conferencias académicas.
Ulloa asegura que sus primeros acercamientos con la electrónica y la robótica fueron en casa. Siempre la dejaron experimentar con sus juguetes. “Si algo se dañaba, no es que lo arreglara… Es más, a veces terminaba peor. Pero siempre tuve esa posibilidad”, recuerda. Su abuelo es electricista, su madre ingeniera en sistemas y su tío, Miguel, tiene un bachiller en electrónica y también se dedica a las ciencias computacionales.
La niña, nacida en la ciudad costera de Manta, lo califica como su primer referente. Miguel, por su parte, piensa que la tarea no era tan compleja. “Siempre fue una niña sumamente curiosa. Desde pequeña preguntaba de todo”, cuenta.
Mientras su madre buscaba una solución para sus adelantos académicos, Ulloa empezó a trabajar en sus primeros concursos de robótica. El más grande fue el de la Asociación Ecuatoriana de Robótica y Automatización (AERA), que ganó a los seis años. Así fue invitada a uno de los eventos más importantes en el territorio: la edición de 2015 del Campus Party en Quito, una exposición de proyectos relacionados con las ciencias computacionales. Allí, presentó su robot: un simpático cubito capaz de mostrar expresiones con sus grandes ojos con tan solo pulsar un botón. Lo diseñó con el propósito de ayudar a los niños en el espectro autista a expresar mejor sus emociones.
La exhibición fue la oportunidad perfecta para que la niña, ya de siete años, se integrara en el equipo de la AERA, pero también para que su madre hiciera los contactos necesarios para agilizar un proceso administrativo que ni siquiera estaba definido en ese entonces: el adelanto de cursos en los casos de aprendizaje de niños con altas capacidades. Lo hizo a través de la Vicepresidencia del Gobierno, en ese entonces a cargo de Jorge Glas. Ese fue el primer paso de su campaña entre altos funcionarios del Estado. “Me pasaban de ministro en ministro en una época bastante inestable, así que ya no sabía a quién más contarle nuestro problema”, rememora López.
Cuando López finalmente consiguió una respuesta, en 2018, le dijeron que su hija tendría que presentar cuatro exámenes en menos de dos meses. La niña se aproximó a los estudios como lo haría con un problema en un sistema de programación. Descartó las disciplinas en las que tenía más conocimiento, como Matemáticas, extrajo los puntos más importantes de las demás asignaturas y recurrió a su herramienta más útil: el autoaprendizaje en línea. Casi no miró los libros de texto y averiguó por su cuenta todo lo que pudo. “Algo chévere de Emily, además de su curiosidad, es que es muy receptiva. Si le explicas algo lo entiende de una y se le queda”, explica su tío Miguel.
“No podemos cortarle las alas; si ella puede, yo también puedo”
Juliana López
A finales de ese mismo año, empezó a experimentar una miopía que al principio creyeron normal. Sin embargo, más tarde comenzaron a notar que avanzaba rápidamente, lo que resultaba muy preocupante. Ningún médico en Manta fue capaz de identificar estos cambios como algo anormal, pero su madre seguía consternada. Esto amenazaba con cambiar los planes drásticamente, pero Ulloa no quiso parar en ningún momento. La niña prefirió enfrentarse a los dos desafíos al mismo tiempo antes que renunciar a sus aspiraciones. Lo consiguió. Sacó 10 en todas las pruebas. Con nueve años, la alumna saltó del quinto al octavo año de educación básica y esto dio inicio a otro proceso administrativo para que las clases se adaptasen a su enfermedad, que resultó ser una miopía degenerativa de origen genético.
Una lucha constante
Mientras estudiaba los últimos años de la educación básica obligatoria, hasta el décimo, ella y su madre trabajaron para entender su enfermedad y saber cómo detenerla. Será una lucha de 20 o 24 años hasta que pueda hacerse una cirugía, porque a su edad esto sería un riesgo innecesario, explican. Ulloa siempre se ha mostrado fuerte, según sus familiares: su capacidad de aprender es útil también para entender cómo vivir con su condición, poner en práctica todo lo que sabe sobre la enfermedad, esquivar los obstáculos y seguir persiguiendo sus objetivos. Nadie es más consciente de esto que su propia madre. “Me dijo que iba a continuar con todo. No iba a parar, pero aprendería a equilibrar las cosas. No podemos cortarle las alas; si ella puede yo también puedo”, relata.
Ulloa trata todos sus problemas desde la premisa de que lo más crucial es entenderlos a profundidad, detalla López. Ha adaptado su vida para evitar cualquier riesgo que pueda deteriorar su condición: solo puede trabajar —o jugar— durante seis horas con algo que esté a menos de 30 centímetros del rostro. Fuera de ese rango, su madre actúa como sus ojos, y después de las 20.00 horas cualquier actividad está fuera de límites. Tiene dos tratamientos: una intervención llamada ortoqueratología, en la que se coloca un lente de contacto adaptado, y un fármaco, atropina diluida, para evitar la deformación de la córnea.
Siendo metódica, ha conseguido que su condición se estabilice, pese a que es difícil a su edad y este desorden afecta a un porcentaje mínimo de la población, por lo que los detalles de su progresión no se conocen con exactitud. Sin embargo, se ha enfrentado muchas veces a la falta de comprensión de los demás cuando usa una gorra, porque el sol puede afectarla, o lentes de sol. “La gente no cree que tenga una enfermedad porque no ve que tenga gafas”, cuenta, frustrada, su madre. La niña amplía: “Se trata de conseguir un poco de empatía y tratar de entender a las demás personas también cuando no conocen la enfermedad”.
Abriendo caminos
Pese a todo, Ulloa se ha dibujado a sí misma como una persona capaz de abrir caminos. No solo para ella. Después de su primer salto académico, salió en la portada de una revista. Ese fue el último impulso necesario para que, hace dos años, el Gobierno diseñara el primer instructivo para tratar los casos de aprendizaje de niños con capacidades e intelecto avanzado. Muchos padres y profesores, sin embargo, aún no reciben una asistencia clara. López recibe llamadas constantemente de papás desesperados que no saben qué hacer con sus niños; ambas están dispuestas a guiar a quien lo necesite.
“Me siento preparada. Han evaluado mis capacidades sociales y psicológicas, además de mis conocimientos”
Emily Ulloa
“Los sueños se hacen realidad”, contaba Ulloa a los ocho años frente a la audiencia de las conferencias TEDx en Quito. Se hacen realidad porque ella y su madre empujan para que esto pase. “Hay que estar presente y demostrar cuánto uno quiere que realice… sea un proyecto, una exposición o un procedimiento administrativo”, zanja la niña. Así fue como consiguió una pasantía en Tata CS, una de las empresas de software más grandes del mundo, tras ganar uno de sus concursos internacionales. También pidió un espacio para las otras dos finalistas de este certamen.
Con esta misma determinación, Ulloa contactó directamente a los 13 años con la rectora de la Escuela Politécnica del Litoral (Espol), Cecilia Paredes, para obtener un cupo (plaza), e insistió hasta que obtuvo una respuesta. Su intención era saltar el bachillerato y pasar directamente a la universidad. Paredes la inscribió en algunas materias de Ingeniería en Ciencias de la Computación. Empezará sus clases en el primer semestre de 2022, desde este abril y a distancia.
A fuerza de costumbre, Ulloa salta automáticamente a las explicaciones al hablar sobre su siguiente paso. “Me siento preparada. Han evaluado mis capacidades sociales y psicológicas, además de mis conocimientos”, asegura, como un reflejo de los cuestionamientos a los que se ha visto expuesta. “No tengo problemas con la socialización, me gustaría dejarlo muy en claro”, resalta, “desde muy chiquita me he desenvuelto en ámbitos profesionales, o adultos, porque es donde puedo demostrar mis conocimientos y mi experiencia”.
Ulloa insiste en que su futuro está en la ciencia de datos. Ella ve su preparación en la Espol como un paso previo, alternativo al bachillerato, para estar lista para entrar a una universidad en el extranjero y especializarse. Sin embargo, seguirá impulsando que cada una de sus iniciativas y proyectos sean una forma de abrir las puertas para alguien más. Ahora lo está tratando de hacer con su universidad, para guiar a otros chicos con altas capacidades. Cuando ella empezó, nadie en la dependencia de educación del Gobierno tenía un nombre para su modo de aprendizaje, y eso fue un verdadero reto. Pero le quita hierro: “No lo calificaría como injusto, es entendible que mi caso haya sido el primero que se trató con todas las normas por el Ministerio de Educación”.